viernes, 21 de septiembre de 2007

AYER SE PRESENTÓ LA IZQUIERDA LIBERAL DE ROBLES



KRONIKA DE UNA MUERTE ITERADA

Siete de la tarde, siete (y pico, como es de rigor). Lleno hasta las banderas... no mentemos al diablo...

Al chasquido de los dedos entonando el Bolero de Ravel del maestro de ceremonias, ataviado con su ectoplásmica chaqueta de doble abotonadura dorada y con hombreras de no menos áureos cordones de rítmicas cadenetas, y secundado por su egregia y feérica ayudanta –reivindico la forma femenina para menesteres dignos-, enjaezada para la ocasión, y por arte de birlibirloque, como un clon de Matrix, sin que a este pobre mortal se le pudiera pasar por las mientes las razones arcanas y reales para tal indumentaria, el coro de danzas sección masculino-femenina, como no podía ser de otra manera (un, dos, cha-cha-cha yyyy un, dos....), comienza su función: En la lejanía, allende un mar de cabezas, se eleva una límpida ola de angelicales y dulces criaturas enlazadas por sus manos, que, al unísono, entonan una nueva canción de ecos lejanos, aprendida para la ocasión; canción desmenuzada en estambrotes de un soneto inexistente: ora plan Pimpinela, ora plan quedada de puro queda, ora plan Tom Jones –o su primo Paco-, ora plan minimalista, ora plan no-sabe-no-contesta, ora el que ataca ahora es de nuevo el maestro de ceremonias, ora... hablando de hora, es la hora de pasar a mayores.

Es él. Plantado, bruñido, americana para las teles, serio a parir, pero hombre, muy hombre: está él. Camina despacito, despaciosamente, cruzando los pies uno delante del otro, a pasitos cortos, con el empeine sacado para derrochar elegancia, garbo y galanura; la barbilla, incrustada en el pecho; los labios, como dándole un beso a ese aire que ha sido capaz de cortar con su arte; la mirada, firmemente posada en el infinito; cita con la mano derecha extendida, con la palma hacia el respetable devenido en morlaco ocasional, sacudida convulsivamente como para dar los últimos toques a la masturbación de un cadáver... Entra, lo templa, le da salida... Uno, dos tres... y el de pecho: ¡Ole! Da un giro sobre sí... Lo intenta con la otra mano: la misma parafernalia... (Suena un pasodoble, eso sí, muy torero: torerísimo). El honorable, complacido... el maestro, ¡ni te digo!... Se calienta... Embriagado por los almíbares de la aclamación popular, decide improvisar: Sólo los verdaderos artistas lo hacen. Coge (“agarra” en versión para argentinos) el mantel de la mesa –mesa burladero, por supuesto- con las dos manos y va a intentarlo; va a intentar algo más peligroso que el triple salto mortal, o que la triple Verónica, que por cierto se encuentra en el fondo, junto con la flor y nata, bailando –porque se puede- un vals: un, dos tres... un dos tres...

Resuelto y masculino, como Antonio Vargas Heredia, el que fuese flor de la raza calé, sin temor a que se le cayese el mimbre de sus manos ni de su boca un clavel, cogiendo tenaz y hasta lascivamente la improvisada capa con ambas manos, púsola ante sí para citar de nuevo al morlaco y así, si se arrancaba, se lo pasaría de un salto por debajo de las piernas como prueba irrefutable de su calidad de auténtico marmolillo: ¡Pasó!...¡pasó!... ¡pasó!

Ya en ese punto, no iba a seguir tentando a la suerte indefinidamente, así que cambió de suerte; y para ello prefirió ir acabando uno por uno con aquellos que habían entrado al trapo: empezó por uno que va de retro (¡vade retro, Satanás!), pues se gastaba un look de Engelbert Humperdinck de los ’60, que no veas y un despliegue argumental, que no lo veías. Para terminar se dejó a Carmen de Rivera, la cual, cuando empezó a hablar tuve la sensación de que podría ser la que firmaba con el seudónimo de Jokin, pero, ¡jolín!, luego me enteré de que no, que el tal Jokin había estado deambulando por allí; lástima, porque voy a tener que seguir imaginándomelo como a un enorme caracol con guedeja canosa, ya que el único dato que conseguí saber de su aspecto es ese, que es canoso... otra vez será.

En el público, como en botica: hay quien se embriagó pareciendo tragarse su propio apellido y, entre risotadas, adquiría un aspecto oportuno para engalanar cualquier mesa navideña; hay quien repetía, a fuer de plañidera, la sempiterna canción “más, más de lo mismo, más”; hay quien desde los últimos estertores de la postrera canícula de las gélidas tierras ucranianas reclama verdad por mentira; hay quien le pone una muesca más a los zapatos de sus tegumentos, internos y externos; etc.

Lo demás, ya se sabe: ji-jí, ja-já, por aquí, jo-jé, ju-jú, por allá, que si un beso, que si hasta la próxima en que acudamos de claque, que si me saludas a..., que si ya nos tomamos algo, que si nos lo tomamos, etc., etc., etc.

Moraleja: Pues eso, que el hombre/jer es el único animal/a capaz de inventarse piedras para poder tropezar en ella reiteradamente.

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