Es fácil, demasiado fácil, comparar a Zapatero con un avestruz que entierra su cabeza para no querer saber lo que pasa: Allá el ave si se la come el león; lo malo es que si viene la crisis devoradora, se tragará primero a pocarropa dejándose para el final al caballero enrocado en la Moncloa.
También es fácil compararlo con el niño que, ante una película de miedo, se tapa la cara esperando que si el no la ve, la amenaza desaparecerá. Pero si la amenaza es real, el niño sufrirá las consecuencias.
También es fácil compararlo con el niño que, ante una película de miedo, se tapa la cara esperando que si el no la ve, la amenaza desaparecerá. Pero si la amenaza es real, el niño sufrirá las consecuencias.
Zapatero, ante una crisis galopante, lo primero que hace es esconder su cabeza –por cierto, que recuerda bastante a la de un ave- bajo tierra o entre ladillos y negar la mayor. Cuando la evidencia habla por él, se tapa la cara con la mano para no ver el chaparrón que está cayendo y, una vez inmerso en ese mundo infantil que tanto parece agradarle, también como el niño al que han pillado en offside, le echa la culpa a los demás, desde una pretendida inocencia culpable, que cree que le ampara.
Aquí, nadie ha recalificado terrenos –porcentajes, como quedaron a la vista en el Parlamento catalán, aparte- para la vil especulación: nadie. Aquí nadie se ha forrado construyendo y construyendo y construyendo: nadie. Aquí nadie se ha llenado sus arcas con el cobro de las hipotecas enormemente aumentadas, para beneficio de los de siempre: nadie. Aquí los de siempre no se van a poner las botas quedándose con el pobre patrimonio de pocarropa: quiá.
Quiá: Zapatero ha aprendido en estos años de connivencia con sus socios nacionalistas a echar la culpa a los demás: La culpa... ¡AméricaAA, AMERICAAAA!
Y colorín colorado...
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