lunes, 6 de abril de 2009

DON JOSÉ (IV)

- Ya hace tiempo que no se oye a esos gorilas, deben de haberse ido. Será mejor que sea cauto. Saldré con cuidado, que no se muevan las aguas, que no se oiga el chapoteo, que no me puedan ver aunque aun estén ahí... Ni rastro. Los he despistado. ¡Puf! Ya no aguantaba más. Ahora volveré al despacho a ver si entre todos pueden dejarme algo de ropa para poder ir a casa a cambiarme; pero con estas pintas y este olor seré durante una buena temporada el hazmerreír de todos. Será mejor que vaya primero a casa, por caminos poco concurridos, aunque más tarde o más pronto, tendré que llegar a mi barrio y atravesar sus calles... Bueno, ya veremos que hago, llegado el momento. ¡Yepa! ¡El CDS, que se me olvidaba! La verdad es que tengo curiosidad por ver lo que contiene... aunque, ¿no sería mejor deshacerme de él?... dejarlo donde está... No, ya me ha costado algún susto que otro y tengo que ver de qué se trata. Tendré que introducirlo en aquella bolsa de plástico, de lo contrario luego no funcionará.

Echó a andar con menos convicción que temor, auscultando con la mirada cualquier irregularidad en el trasiego normal de una ciudad normal, escondiéndose en cualquier portal o allí donde podía cada vez que se cruzaba con alguien; lo que no siempre conseguía, y menos cuando los viandantes pasaban a poca distancia, pues el hedor que despedía nuestro amigo, era lo suficientemente desagradable para poner en funcionamiento las aletas nasales de éstos.

Cada vez más avergonzado por su aspecto, y sin dejar de vigilar por si era perseguido por los “gorilones”, llegó a un plazoleta en la que, definitivamente, debía elegir si ir a la oficina o a su casa. Permaneció unos instantes dubitativo, después... una cabina telefónica produjo algo similar en su cerebro a lo que en una imagen sacra puede ser un rompimiento de Cielo: Remigio, su amigo Remigio Gutiérrez. Ese amigo de la infancia que todos conservamos durante toda la vida. Incluso José lo tenía. Era el único amigo, lo que se dice amigo, que conservaba. Él le ayudaría; sin duda. Él sabría que hacer, al fin, era escritor de novelas negras, y, por consiguiente, estaba acostumbrado a imaginar situaciones como ésta, sino más complicadas. Además, que como trabajaba en su casa, sería fácil encontrarlo allí. Le llamaría.

- ¡Remigio, Remigio, necesito que me ayudes urgentemente!

- No está nada mal como saludo después de tanto tiempo sin saber de ti. Pero si es asunto de perras, ya te adelanto que aún no he recibido el adelanto de mi próxima novela.

- No, no es nada de eso, ¡estoy en un apuro! Voy a verte.

Aliviado por la confianza que le merecía su amigo, confianza avalada por la multitud de casos en que, desde cuando iban al colegio, le había sacado las castañas del fuego, aceleró el paso en dirección al domicilio de éste, alejando de sus pensamientos su aspecto y cualquier otra fruslería; pero naturalmente sin descuidar la vigilancia de sus perseguidores.

El portal estaba cerrado. Llamó insistentemente al timbre. Pero,... ¿qué era aquello? A lo lejos le pareció ver a sus seguidores; aunque, en realidad, estaban demasiado lejos para identificarlos, pero por sus siluetas y forma de andar habría jurado que eran ellos. Los segundos de espera se le hacían siglos, y las figuras parecían agigantarse por momentos. Por fin la puerta se abrió. La mayoría de los peldaños de la escalera no llegaron a percibir el peso de don José, y no por lo liviano de su humanidad, precisamente.

En el rellano, la sonrisa del aún atlético Remigio ofreció sus respetos de buena vecindad a la tranquila puerta del piso de enfrente; ya que don José había pasado con la celeridad del rayo al salón-estudio de su amigo, donde se paseaba sorteando todos los enseres que allí había. Bueno, todos no, para ser exactos, todos menos la copa de porcelana que Remigio ganase, como trofeo, de un torneo interno del Club de Tenis Atletic, club al que ya hacía años que pertenecía.

Remigio miraba a su amigo entre resignado y fastidiado por haberle roto el único trofeo que consiguiera en sus años de tensita aficionado, mientras que éste, azarado y frenético por saber la alta estima que tenía su compañero por la copa, en su intento por recomponerla, lo más que consiguió fue unir algunos de los trozos en que ponía el nombre del club y 1985 -el año del trofeo- mientras narraba su increíble historia.

- Venga, Pepe... no me vengas con cuentos chinos, que eso no pasa más que en las películas y en mis novelas- dijo con voz cansina, mientras se evidenciaba más preocupación por la pérdida de su apreciado trofeo que por las tribulaciones de su amigo.

- No te lo tomes a pitorreo que es la pura verdad -le contestó mientras se acercaba a la ventana, y, desde un lateral, aplastado contra la pared, retiró para ver y para no ser visto la cortina- ¡Mira! ¡Ahí están! ¡Son ellos!

Remigio de un salto se puso en paralelo junto a su amigo, comprobando que, efectivamente, una pareja con aspecto de matones se dirigía hacia el edificio. Soltó una especie de mugido, que se cortó por el pertinaz chirriar del timbre, acompañado, como en un patético coro, por el resto de timbres del edificio. Era obvio que los perseguidores llamaban a todos los pisos, en espera de que alguien abriese la puerta del portal.

-¡Vaya! ¡Pues parece que va en serio!. Toma, toma la llave del piso por si necesitas venir en algún momento, si los despistas- dijo con una extraña teatralidad que no se correspondía del todo con el momento que estaban viviendo- ¡Huye por las azoteas, yo intentaré entretenerles en la escalera!

Subió a saltos el último tramo de escalera, ya que Remigio vivía en el ático. Desde luego para Douglas Fairbanks –senior o junior- aquello hubiese sido coser y cantar, pero para un alfeñique como don José, el enmarañado de terrazas a distintos niveles constituía un laberinto insoslayable. Deambuló de un extremo a otro de la azotea, que el edificio compartía con otro inmueble gemelo, intentando calibrar las posibilidades de su huida, cuando, detrás de una claraboya, sobre una toalla playera, tendida en el suelo, con un aromático sudor reciente que perleando pugnaba con un suave vello evocador de los duraznos en plena sazón, y su áurea melena desparramado por doquier, se topó con una rozagante muchacha que tomaba el sol en top-less. Apenas salió de su garganta un quejoso balbuceo, no se sabe bien si por los avatares del momento, o por la perfección formal y geométrica de aquellos senos que, por su falta de experiencia en otras anatomías distintas a la de doña Sacramento, ni llegó a sospechar que estaba modelado a base de silicona; aunque, para decir la verdad, su bamboleo no era la de un pecho natural, pero no por ello menos fascinante:
-¡A-ayuda, por fa-favor, que me persiguen unos criminales!

- Ven, sígueme- respondió la muchacha como quien está acostumbrada a socorrer a perseguidos, o como quien se sabe bien su papel.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y??.....
La chica se quitó las gafas y resultó que se llamaba manolo y era el tercer matón ?'
Se enamoraron ,se liaron apasionadamente??
Sigue....
...
oye, me ha gustado mucho eso de "perlear ", es muy gráfico.
Besillo.

MUY SEÑORES MÍOS dijo...

Jo, Reyes, eso de que ya sepas hasta el nombre, tiene su aquello...

Lo de "perlear" me parece que no viene en el diccionarios de la RAE, pero también me resultó gráfico y me decidí a ponerlo.

Besillo, to y buena pasión.

MUY SEÑORES MÍOS dijo...

Seguiremos tu consejo y escucharemos lo que nos recomiendas, A. (de siempre).