________________ (Por eslogan) __________________
Seguramente fue Francisco Candel quien pondría en bandeja al muy inefable y “Molt Honorable” –formalmente hablando- Jordi Pujol, a través de su conocida obra “Los Otros Catalanes” para acuñar esa frase-eslogan, que reza: “Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña”; a la que posteriormente se le ha añadido: “... y quiere serlo”. A esta última coletilla se acogía el mismísimo Carod-Rovira, el día en que le salían espumarajos por la boca, cuando osaron llamarle con su nombre en español, en un programa de la “tele, un par de personas del público asistente (y a mí que me da que a éste lo bautizarían como José Luis...)
No me digan que, así las cosas la oferta de catalanidad no es asequible para cualquier mortal, no me digan que no es barato, se diría que está de rebajas, casi gratuito: si quieres serlo, pues lo eres y ya está.
(Hace algunos años el que se creía que era una cosa diferente a lo que era, todo el mundo lo veía como un loco. Los mayores de la tribu recordarán la multitud de chistes gráficos en diarios y revistas en los que el protagonista, con un embudo en la cabeza y la mano introducida en la camisa a la altura del pecho, pretendía ser Napoleón; todos los lectores entendían el código: era un majareta. Ahora, en una época de gran tolerancia, se lleva que cada cual sea lo que quiera: uno puede ser artista sin que tenga ni zorra idea de lo que es arte, otro puede decir que es de izquierdas y arremeter contra los derechos individuales de la gente, etc.).
Pues bien, todas las rebajas de catalanidad que quieran, pero cuando se siente, es que se siente de verdad; cuando uno es converso -¡hay que joderse!- lo engancha con tal virulencia, que podría parecer una enfermedad mórbida o morbosa, que uno ya no sabe qué palabra acopla mejor; a tal punto que asume hasta el 1714 como si formase parte de sí mismo, de sus esencias; pero no de sus familiares antepasados, obviamente, sino de él mismo... misterios ciertos del nacionalismo y sus efectos colaterales.
De todas maneras ésta me parece la más racional de todas las formas, hasta aquí analizadas de las identidades nacionales, ya que siendo de quita y pon, aunque uno provenga de Connecticut, Zimbabwe, Calahorra, Asilah o Almendralejo , no hay problemas, si quiere es catalán y, ya puestos, y por la misma regla de tres, puede considerarse igual a quien quiera, bien a otro catalán, de esta u otra índole, bien a un guacamayo salvaje de las selvas amazónicas, bien a Napoleón, bien... bien, bien: bien, coño, bien: El que no se catalanice, será porque no quiera... nunca mejor dicho, amparándose en esta tesis.
Seguramente fue Francisco Candel quien pondría en bandeja al muy inefable y “Molt Honorable” –formalmente hablando- Jordi Pujol, a través de su conocida obra “Los Otros Catalanes” para acuñar esa frase-eslogan, que reza: “Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña”; a la que posteriormente se le ha añadido: “... y quiere serlo”. A esta última coletilla se acogía el mismísimo Carod-Rovira, el día en que le salían espumarajos por la boca, cuando osaron llamarle con su nombre en español, en un programa de la “tele, un par de personas del público asistente (y a mí que me da que a éste lo bautizarían como José Luis...)
No me digan que, así las cosas la oferta de catalanidad no es asequible para cualquier mortal, no me digan que no es barato, se diría que está de rebajas, casi gratuito: si quieres serlo, pues lo eres y ya está.
(Hace algunos años el que se creía que era una cosa diferente a lo que era, todo el mundo lo veía como un loco. Los mayores de la tribu recordarán la multitud de chistes gráficos en diarios y revistas en los que el protagonista, con un embudo en la cabeza y la mano introducida en la camisa a la altura del pecho, pretendía ser Napoleón; todos los lectores entendían el código: era un majareta. Ahora, en una época de gran tolerancia, se lleva que cada cual sea lo que quiera: uno puede ser artista sin que tenga ni zorra idea de lo que es arte, otro puede decir que es de izquierdas y arremeter contra los derechos individuales de la gente, etc.).
Pues bien, todas las rebajas de catalanidad que quieran, pero cuando se siente, es que se siente de verdad; cuando uno es converso -¡hay que joderse!- lo engancha con tal virulencia, que podría parecer una enfermedad mórbida o morbosa, que uno ya no sabe qué palabra acopla mejor; a tal punto que asume hasta el 1714 como si formase parte de sí mismo, de sus esencias; pero no de sus familiares antepasados, obviamente, sino de él mismo... misterios ciertos del nacionalismo y sus efectos colaterales.
De todas maneras ésta me parece la más racional de todas las formas, hasta aquí analizadas de las identidades nacionales, ya que siendo de quita y pon, aunque uno provenga de Connecticut, Zimbabwe, Calahorra, Asilah o Almendralejo , no hay problemas, si quiere es catalán y, ya puestos, y por la misma regla de tres, puede considerarse igual a quien quiera, bien a otro catalán, de esta u otra índole, bien a un guacamayo salvaje de las selvas amazónicas, bien a Napoleón, bien... bien, bien: bien, coño, bien: El que no se catalanice, será porque no quiera... nunca mejor dicho, amparándose en esta tesis.
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