A
DESDE MI ÓPTICA
De pronto se abrió la puerta. Salí dirigiéndome hacia el lado donde percibía una gran claridad. Corrí hacia ella sin importarme nada, ni siquiera aquel doloroso pinchazo que sentí en mi costado nada más iniciar mi camino. No me pregunté por la causa.
Había perdido cualquier noción del tiempo. No sabia si eran horas días o meses lo que había transcurrido desde el momento de mi abducción, el posterior traslado en aquel horrible habitáculo metálico tan ajustado a mi anatomía que no permitía girarme, el paso obligatorio por aquel enmarañado laberinto hasta esa especie de celda oscura y el momento actual.
A pesar del brusco contraste entre la opacidad en la que últimamente había vivido y la fulgurante claridad que se ofrecía ante mis ojos, llegando incluso a dañarlos, me dirigí a toda prisa al exterior huyendo de aquella inhóspita negrura. Mi instinto me llevaba a enfrentarme a lo desconocido antes que seguir en tales condiciones.
Mis retinas se fueron acostumbrando paulatinamente a aquel extraño resplandor, producido, sin duda, por el blanquecino suelo de aquel lugar, sin yerbas ni árboles. Cosa que resultaba ciertamente extraña para alguien que como yo, se había criado en el campo, donde la intensidad de la luz está siempre tamizada por una infinitud de verdes y la oscuridad de las sombras suavizada por el reflejo del azul celeste.
De lo primero que pude apercibirme fue de que aquello no era un espacio abierto, sino que estaba circundado por una especie de paredes de un color que me resultaba familiar por parecerse a algunas de las florecillas que crecían en el campo.
(Continuará)
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